Fragmento de “Los Axiomas de Zurich”.
Parte 2
SOBRE EL RIESGO Parte 2
Preocuparse no es una enfermedad sino un signo de buena
salud. Si usted no está
preocupado, es que no está arriesgando lo suficiente.
Dos jóvenes
mujeres amigas se graduaron en la universidad hace muchos años y
decidieron buscar fortuna juntas. Se fueron a Wall Street
y trabajaron en una sucesión
de puestos de trabajo. Finalmente, terminaron como
empleadas de EF Hutton, una de
las más grandes casas de corretaje. Así fue como
conocieron a Gerald M. Loeb.
Loeb, que murió
hace unos años, fue uno de los más respetados consejeros de
inversión en la Calle. Este calvo, genial era un veterano
de los infernales mercados
bajistas de los años 1930 y los sorprendentes mercados
alcistas que siguieron a la
Segunda Guerra Mundial. Se mantuvo ileso a través de todo
esto. Había nacido pobre,
pero murió rico. Su libro “La Batalla por la
Supervivencia de la Inversión” puede haber
sido el más popular manual de estrategias de mercado de
todos los tiempos. Es sin
duda uno de los más claros, ya que Loeb fue un narrador
nato. Él contó esta historia
acerca de las mujeres jóvenes una noche en un restaurante
cerca de la American Stock
Exchange, donde se había reunido con Frank Henry y
conmigo para la cena. La historia
de una cuestión que consideró necesario hacer acerca de
los riesgos.
Las jóvenes se le
acercaron tímidamente para pedir asesoramiento en materia de
inversión. Se le acercaron en diferentes momentos, pero
él sabía de su estrecha
amistad y estaba seguro que tomaban notas y las
comparaban. Sus situaciones
financieras al comienzo eran idénticas. Tenían carreras
prometedoras y ascendían
poco a poco tanto en remuneración como en estatus. Sus
sueldos estaban empezando
a hacer algo más que cubrir sus necesidades básicas. Les
quedaba algo después de
pagar sus impuestos de cada año. La cantidad no era
grande, pero si suficiente como
para preocuparse, y había promesa de más en el futuro. Le
preguntaron a Gerald Loeb:
¿Qué podrían hacer con ese dinero? Comiendo tostadas y
bebiendo té a la hora de la
merienda en su tienda favorita, el paternal Loeb trató de
resolverles sus inquietudes.
Sin embargo, rápidamente se hizo evidente que cada una de
ellas ya tenía en mente su
plan y todo lo que querían de él era confirmación.
En la historia,
Loeb maliciosamente catalogó una de las mujeres, Sylvia, como
conservadora y la otra, María, como arriesgada. La
intención de Sylvia era encontrar un
refugio perfecto para su dinero, que le diera seguridad.
Ella quería poner el dinero en una cuenta bancaria devengando un interés o en
algún otro depósito parecido, pero
con garantía de retorno de todos los intereses y la
preservación del capital. María, por
otro lado, quiso tomar algunos riesgos con la esperanza
de hacer que su pequeño
capital creciera más significativamente. Llevaron a cabo
sus respectivas estrategias. Un
año más tarde Sylvia tenía intacto el capital,
incrementado con los intereses, y una
acogedora sensación de seguridad. María sangraba por la
nariz. Ella había recibido una
paliza en un mercado tormentoso. El valor de sus acciones
había disminuido alrededor
de un 25 por ciento desde que las había comprado.
Sylvia fue lo suficientemente generosa como para no
alegrarse. En lugar de ello,
parecía horrorizada. "¡Eso es terrible!", dijo
cuando se enteró del tamaño de la
desgracia de su amiga. "Por qué, ha perdido una
cuarta parte de su dinero ¡Qué
horrible!" Los tres se fueron a almorzar juntos,
como a veces lo hacían. Loeb miró a
Mary intensamente. Esperaba el estallido de simpatía de
Sylvia. Pero tuvo miedo de
que la temprana pérdida de María la desalentara y la
condujera ha salir del juego,
como pasa a muchos especuladores novatos. ("Ellos
todos esperan ganar al instante, y
cuando no triplican su dinero el primer año, se van,
poniendo mala cara como niños
regañados") Pero María sabía lo que se necesitaba
saber. Ella sonrió, impávida. "Sí",
dijo, "es verdad que tengo una pérdida. Pero mira
qué más tengo". Se inclinó a través
de la mesa hacia su amigo. Y le dijo, "tengo una
inversión".
La mayoría de la
gente se agarra de la seguridad como si esto fuera la cosa más
importante en el mundo. Para ellos, la seguridad parece
tener mucho significado.
Tienen el mismo sentimiento acogedor de estar inmersos,
en una cama caliente en una
noche de invierno. Ello genera una sensación de
tranquilidad. La mayor parte de
psiquiatras y psicólogos estos días considerarían que eso
es bueno. En la hipótesis
central de la psicología moderna, la salud mental
significa, por encima de todo, tener
tranquilidad. Esta hipótesis no explorada ha dominado el
pensamiento de shrinkish por
décadas. “Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir”
fue uno de los primeros libros
en donde trataron este dogma, y la “Respuesta a la
Relajación” fue posterior.
“Preocuparse es perjudicial, merma nuestra seguridad”.
Aunque no hay pruebas de
que esta declaración sea verdad, se ha aceptado como
verdad absoluta a través de la
afirmación rigurosa. Los partidarios de las disciplinas
místicas y meditacionales, y en
particular las variedades de la región oriental, van aún
más lejos. Valoran mucho la
tranquilidad, tanto que en muchos casos están dispuestos
a soportar la pobreza por
esta causa. Algunas sectas budistas, por ejemplo,
sostienen que uno no debe tener
posesiones e incluso debe regalar lo que tiene. La teoría
es que entre menos usted
posea, menos tendrá de que preocuparse.